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Sobre Campanas y Campanarios
LAS CAMPANAS DE SANTIAGO APÓSTOL
De las nueve campanas que componían para llamar con 19 toques distintos desde la torre principal, solo quedan seis.
Las dos imágenes que vemos arriba a la izquierda, es de la campana que está sobre el costado de las epístolas y mirando hacia la avenida Juárez, se le conoce como "La Conchita" pues está dedicada a la Purísima Concepción.
"La Mayor", como así se le conoce a la campana principal del sistema instalado en la torre grande de la Parroquia de Santiago, y cuya fotografía observamos arriba a la derecha, se emplaza en el centro mismo del primer cuerpo por lo que no cuenta con un yugo del tipo esquilón y debido a ello no puede ser tocada por volteo como las demás.
El arte de construir instrumentos de metal (hierro, bronce) para obtener un sonido mediante un golpe es antiquísimo. Los chinos lo conocían muchos siglos antes de Cristo; y los romanos, bajo el Imperio, se servían de campanillas (fintinnabula) para dar las señales, como la apertura de los mercados y de las termas, el levantarse de los esclavos, el pasaje de un cortejo sagrado...
También, los cristianos las debieron usar en las catacumbas, porque se han encontrado en gran número. No hay que maravillarse, por tanto, si en seguida se ha pensado en tales instrumentos para dar, más eficazmente que otros 163, las señales en relación con las exigencias de la vida religiosa en común. Esto se encuentra, en primer lugar, en los monasterios de la Campania, donde, a juzgar por una carta del diácono Ferrando de Cartago al abad Eugipio, los monjes al final del siglo V eran convocados ad consortium boni operis mediante una campana sonora. Es cierto que, desde el siglo VI en adelante, el uso de la campana, bajo nombres varios de signum, nola, clocca, campana, se encuentra difundido un poco por todas partes: en Irlanda, en España, en Alemania, en Italia. San Gregorio de Tours (+ 394), no sólo hace expresa mención del signum, que en los monasterios llamaba a los ejercicios en común, y de la cuerda de quo signum commovetur, sino que añade que también las iglesias parroquiales las tenían para convocar a los fieles. Las campanas en Roma fueron introducidas, a mitad del siglo VIII, bajo los papas Zacarías (+ 742) y Esteban II (+ 557), el cual regaló tres a la basílica vaticana.
Una campana que puede remontarse al siglo VII fue excavada en Canino (Viterbo). Tiene la forma de las actuales campanas, con un triple anillo en la parte superior; está adornada de dos cruces y lleva abajo la inscripción (en parte, borrosa): (In honorem) Dni. N. I(esu) Christi et Scti. (Michaeli)s Arcangeli (offert) Viventius.
La campana de Canino es de modestas proporciones, y tales debían de ser todas las de su tiempo. Cuando en el siglo XI el rey Roberto quiso regalar a la catedral de Órleáns una grandiosa campana, ésta no superaba los doce quintales. Posteriormente, con el perfeccionamiento del arte de la fundición, al cual estaban dedicados los monjes y muchas veces compañías de fundidores laicos ambulantes con su oficina, se fabricaron campanas mucho más grandes, como la María gloriosa, del 1497, en la catedral de Erfurt, de trece toneladas de peso. Muchas campanas modernas en Milán (catedral), Roma (San Pedro), Colonia (catedral), París (Montmartre) y Londres (San Pablo) tienen dimensiones y peso muy superiores.
Desde el principio fue costumbre grabar sobre las campanas inscripciones, o dedicatorias, como la de Canino, o deprecatorias, como ésta, muy en uso en la Edad Media:
Protege prece pía quos convoco, sancta María
O bien indicadoras de los oficios a los cuales sirve la campana:
Vox mea, vox vitae; voco vos ad sacra, venite. Laudo Deum verum, plebem voco, congrego clerum, defunctos ploro, nimbum fugo, festa decoro.
A las inscripciones se añadieron también adornos e improntas figuradas, especialmente emblemas e imágenes de santos, que a veces forman exquisitas decoraciones, como en la gran campana del Museo de San Marcos, de Florencia, con adornos de cabezas de ángeles.
Las campanas, además del normal encargo de señalar la hora de los servicios religiosos, tuvieron también otros oficios parecidos, todavía vivos en las iglesias, como el de advertir la agonía y la muerte de un fiel, para que se rezase por su alma, costumbre de proveniencia monástica; de conjurar los temporales, o, mejor, los espíritus malignos, que, según la creencia medieval, serían los que los suscitaban; de anunciar la tarde anterior el ayuno del día sucesivo; de señalar la hora del cubrefuego; de imprimir una nota de alegría en las circunstancias solemnes de la iglesia y aun otros de carácter civil (reloj), pero siempre de interés colectivo.
Casa de las campanas es el campanario. El campanario entendido como construcción elevada para difundir lejos el sonido de la campana y llevar a todos los fieles la invitación de la iglesia es creación esencialmente cristiana y no anterior al siglo VIII. Se derivó probablemente de las antiguas torres escalonadas, erigidas desde el siglo V sobre las fachadas de las iglesias o a sus lados como órganos de defensa y al mismo tiempo aptos, mediante pequeñas escaleras circulares, para hacer accesibles las partes más altas del edificio.
Los más antiguos aparecen en Roma; uno, junto a la basílica del Laterano, erigido por el papa Zacarías (+ 742); el otro, en San Pedro, construido por Esteban II (+ 757), ambos derribados en el 1610. Ginulfo, abad de Montecasino, erigió en el 797 uno grandioso, sostenido por ocho grandes columnas. Los campanarios de Rávena (San Apolinar el Nuevo, San Apolinar in Classe, Santa María la Mayor y San Juan Evangelista), hasta ahora creídos como del siglo VI, son ahora reconocidos como pertenecientes al siglo IX, y todo lo más, al final del siglo VIII. El tipo de estas primeras torres en forma de campanarios de Rávena, todavía existentes, es muy simple y tosco; se adoptó un doble esquema planimétrico, circular o cuadrado. El primero fue en seguida abandonado, salvo raras excepciones; el segundo, en cambio, tuvo muchos seguidores y revistió, además, las formas estilísticas lombardas, románicas o góticas de la época en la cual surgió. Raros se presentan los campanarios de base poligonal, si bien quedan entre nosotros ejemplos graciosos como San Donato, en Genova (s.XII); San Gotardo, en Milán; la Badia, en Florencia, y San Andrés, en Orvieto.
Generalmente, en Italia el campanario se levantó aislado, distinto del cuerpo de la iglesia. Hasta el 1500 prevaleció el tipo lombardorománico, así constituido: planta cuadrada, muro de ladrillo o piedra labrada, pilastras angulares un poco salientes, divisiones horizontales de los diversos planos, constituidas por una serie de arquitos con centro plano; ventanas en número progresivo de abajo arriba, techo bajo a cuatro vertientes; o también, a partir del siglo XI, agujas piramidales de ladrillo. Este tipo, con ligeras variantes regionales, más decorativas que constructivas, se conservó tenazmente aun en los siglos XIII y XV, cuando el arte gótico en Europa hacía de los campanarios uno de los campos más buscados para sus virtuosismos arquitectónicos.
Fuera de Italia, los campanarios de las iglesias románicas en los siglos XI y XII recibieron formas diversas, con marcado carácter monumental. Generalmente fueron dispuestos o a los dos lados de la fachada o en la extremidad del coro o del transepto; a veces se añade también un tercero sobre el cruce del transepto con la nave, desarrollado del tiburio.
En el período ojival, los campanarios conservan la tradicional planta cuadrada, pero los varios planos se restringen a medida que van ascendiendo hasta la base de la aguja terminal o flecha, que asume forma octogonal muy atrevida, rodeada generalmente por cuatro pináculos. Junto a estos campanarios de tipo ordinario, construidos con simplicidad de líneas, con sobriedad de ornamentación, pero también de un singular efecto monumental, hay que señalar aquellos de mayor importancia erigidos sobre la fachada de las catedrales, donde la fantasía de los arquitectos y de los artistas góticos ha transformado la piedra como una blonda y la ha plegado como si fuese metal para expresar el más complicado y además el más delicado himno humano hacia el cielo. Citamos por ejemplo los campanarios de Chartres, de Rúan, de Reims, de Amiéns, de Friburgo, de Ulm, de Colonia, de Salisbury, de Norvich, de Burgos, de Toledo, etcétera, algunos de los cuales alcanzan proporciones y alturas fantásticas.
Después del 1500, la técnica de los campanarios no adquiere nada de substancial. Al admirable organismo de las aéreas membraturas góticas se substituye el románico predominio del lleno sobre el vacío, y, manteniendo la división del fuste en troncos, las lesene son el motivo predominante de las paredes. Estas se presentan simples y acopladas y se sobreponen según los órdenes clásicos de la arquitectura. Es un tipo exacto de éstos el campanario de San Biagio, en Montepulciano (s.XVI). El arte barroco aplicó sus métodos también a los campanarios; curvó las líneas, cortó los frontales y superpuso los miembros para dar el máximo movimiento al grupo arquitectónico y un sentido de mayor ligereza. Pueden ser ejemplos los campanarios de Superga.
El campanario, como las campanas, fue siempre considerado como una cosa sagrada. Se ponían en sus fundamentos reliquias, como hizo en el 1017 el abad Didiero de Montecasino, y se consagraba con una fórmula especial de bendición.
En su parte superior, frecuentemente sobre la cruz terminal, el Medievo usó colocar la figura de un gallo, por un evidente significado simbólico; es decir, el de expresar la vigilancia y el coraje, recordar su canto matutino, que en la hora de la resurrección de Cristo anuncia el fin de las tinieblas y el retorno de la luz.
En las campanadas que anunciaban la muerte de un vecino para diferenciar el sexo del fallecido, al finalizar el toque se daban 8 campanadas si el difunto era mujer y 9 campanadas en el caso de que fuera hombre.
Habia un toque llamado de Mortijuelo. Este toque sustituía el toque de muerto cuando el fallecido era un niño que no había hecho la Primera Comunión.
NOTA: Este texto está extraído del libro de RIGHETTI, Mario: Historia de la Litúrgia, Madrid, B.A.C. (Biblioteca de Autores Cristianos), 1955.
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